Fiestas Y Crisis

No sé si el bajón de la fiesta universitaria del pasado sábado en Salamanca se debió sólo a las medidas del alcalde, Julián Lanzarote, en beneficio de la vecina Zamora o si coadyuvó a ello la crisis económica, que todo pudo suceder.

Y es que, acostumbrados a echar siempre la casa por la ventana, cada vez nos quedan menos cosas que arrojar por ella. Es lo peor que tiene la crisis: que antes vivíamos a crédito y ahora estamos en pleno débito. Un desastre.

Claro que lo que es desgracia para unos suele convertirse en chollo para otros: por ejemplo, los empleados con contrato fijo y subidas salariales pactadas por convenio, a quienes la bajada de precios les hace más ricos cada día. Otro: el Partido Popular, que por cada nuevo parado consigue un voto más.

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Ese problema, el del paro, sólo parece preocupar a quienes lo padecen. No a Rodríguez Zapatero, que ya ha avisado que eso lo arregla él en un plisplás y que mientras tanto gastará todos nuestros ahorros en subvenciones. No importa que la UE, la OCDE, el BE y el sursum corda —o sea, las agencias de calificación de riesgos— adviertan que nuestra deuda pública se deteriora y que vamos hacia un futuro más que sombrío. ¡Bah!, sólo son especulaciones, nos dicen, aunque eso, que ya ha pasado en Islandia, Grecia o Irlanda, aconseje poner las barbas a remojar.

Las crisis tienen esas cosas: que a menos jamones se producen más manifestaciones, como la sindical del pasado fin de semana. Lo paradójico es que no son los parados quienes salen a la calle, pidiendo fórmulas imaginativas para encontrar trabajo, sino los que sí tienen empleo, exigiendo que no haya innovaciones que puedan perjudicarles a ellos en beneficio de los parados.

Nos hallamos, pues, no sólo ante una crisis de consumo, lo que ya sería grave, sino ante una crisis de valores. El que tiene dinero seguirá gastando como siempre en estas fiestas, sin tener en cuenta la situación de los demás. El que mantiene su empleo, lo seguirá defendiendo con uñas y dientes, sin pensar en una reforma que favorezca a todos.

Y es que la crisis acabará por remitir, debemos pensar, pero mientras tanto que siga la juerga y que intenten quitarnos, si pueden, todo lo bailado.

Enrique Arias Vega (Bilbao) es un periodista y economista español.

Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana «Terzo Mondo» y en el periódico «Noticias del Mundo» de Nueva York.

Entre otros cargos, ha sido director de «El Periódico» de Barcelona, «El Adelanto» de Salamanca, y la edición de «ABC» en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.

En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico «Álvaro Cunqueiro» (2004), el de Novela Corta «Ategua» (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, «Convivir» (2006).

Sus últimos libros publicados han sido una compilación de artículos de prensa, «España y otras impertinencias» (2009), y otra de relatos cortos, «Nada es lo que parece» (2008). Es autor, también, entre otras obras, de la novela «El ejecutivo» (2006), de la que ya van publicadas tres ediciones, de «Ir contra corriente» (2007), «Valencia, entre el cielo y el infierno» (2008) y una antología de semblanzas bajo el título de «Personajes de toda la vida» (2007).

Enlaces externos: Reseña en «Red mundial de escritores en español»

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