El Voto Como Exorcismo

La verdad es que nos encanta votar. Así se explica el alto porcentaje de participación electoral, en torno al 70 por ciento.

En otros países con más tradición democrática, como Estados Unidos, apenas si acuden a las urnas la mitad de los ciudadanos. Mucho más cerca, en Bélgica, vota el 90 por ciento de los electores, pero eso es porque la ley les obliga. Aun así, el país lleva más de un año sin conseguir formar Gobierno y si todavía tira hacia adelante es porque, de hecho, Flandes y Valonia funcionan como dos Estados independientes.

Quizás sea por la abstinencia forzada durante los 39 años de dictadura del general Francisco Franco, pero lo cierto es que hasta los ciudadanos indignados con la clase política, como esos jóvenes de «democracia real ya», acampados en 70 ciudades españolas, no animan a la abstención electoral, sino justamente todo lo contrario.

Y no se debe a que los políticos encandilen al personal, ya que los susodichos constituyen el tercer problema del país, según las encuestas, y cada vez hay más ciudadanos hasta el gorro de su endogamia como casta, de sus privilegios y de su elitista aislamiento social.

Tampoco es que la campaña electoral haya resultado nada esclarecedora. De creer a unos, en estos comicios sólo se ventila la continuidad o no en La Moncloa de Rodríguez Zapatero. Para otros, como las huestes de Jorge Alarte, se trata en cambio de una cuestión casi moral, de dignidad pública, y no de resolver el día a día de los sufridos contribuyentes.

Durante esta tediosa campaña en la que han predominado las descalificaciones sobre las propuestas y los insultos sobre las ideas, ¿alguien ha recordado que lo que se ventila es el poder real en la Comunidad Autónoma, que se decide quién dictará las leyes que mitiguen el paro, potencien las empresas, reanimen la actividad económica y mejoren nuestro futuro?

Si todo eso se remite a las próximas elecciones generales, ¿para qué sirven entonces los presidentes autonómicos, como se preguntaba el de Extremadura, Fernández Vara?

Y es que, en realidad, sólo emitimos nuestro sufragio como si practicásemos un rito exorcista que alivie nuestras frustraciones políticas. Y, así, hasta la próxima votación, sin que en el paréntesis entre una elección y otra podamos controlar el buen o mal uso que se hace de nuestro voto.

¿Para eso tanto gasto electoral, tantos días de campaña, tantas energías desplegadas?

En un delicioso cuento, el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov ofrecía una irónica alternativa. En el gran día electoral, el protagonista del relato se levantaba nervioso ante la responsabilidad de su voto; solo hacia el final de la narración nos percatamos de que se trata del único votante de todo el país, ya que una sofisticada y compleja computadora ha decidido que él es el ciudadano medio, aquel uomo qualunque que decía el poeta modernista Gabriele d’Annunzio, y que su voto refleja el sentir de todo el colectivo.

En la democracia real, pese al despliegue masivo de electores y de elegidos, el resultado no difiere demasiado. Lo único relevante es que los ciudadanos se desfogan hasta la próxima tediosa, repetitiva y frustrante campaña electoral.

Esto, con toda su ingenuidad, contradicciones, ambigüedades e imprevisibles derivas populistas es lo que intuye el movimiento de jóvenes indignados: que de no hacer algo y pronto, su futuro y el de sus hijos va a ser mucho peor que el de sus padres y sus abuelos. Y no se oponen a votar, en absoluto, pero sí quieren que su voto sirva para algo y hacer, en consecuencia, todas las modificaciones electorales necesarias para que ello sea posible.

Enrique Arias Vega (Bilbao) es un periodista y economista español. Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana «Terzo Mondo» y en el periódico «Noticias del Mundo» de Nueva York. Entre otros cargos, ha sido director de «El Periódico» de Barcelona, «El Adelanto» de Salamanca, y la edición de «ABC» en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación. En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico «Ãlvaro Cunqueiro» (2004), el de Novela Corta «Ategua» (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, «Convivir» (2006). Sus últimos libros publicados han sido una compilación de artículos de prensa, «España y otras impertinencias» (2009), y otra de relatos cortos, «Nada es lo que parece» (2008). Es autor, también, entre otras obras, de la novela «El ejecutivo» (2006), de la que ya van publicadas tres ediciones, de «Ir contra corriente» (2007), «Valencia, entre el cielo y el infierno» (2008) y una antología de semblanzas bajo el título de «Personajes de toda la vida» (2007). Enlaces externos: Reseña en «Red mundial de escritores en español»

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