El peligro digital
Nadie ha podido encontrar un solo error en La Enciclopedia Británica y, en cambio, Wikipedia, la enciclopedia digital, ha tenido que celebrar esta semana una convención en Buenos Aires para poner coto a tantos yerros que los cibernautas introducen en sus textos.
Ésa es la diferencia entre el espacio impreso, codificado y regulado, poco proclive a que se le cuelen pifias clamorosas, y ese otro universo blando informático, de acceso más general, contenidos imprecisos y afirmaciones dudosas.
Siempre ha habido equivocaciones, también, en los medios convencionales. En una ocasión, un periódico rebajó mi edad en cinco años. El error, recogido con posterioridad por otros diarios, ya ha quedado incorporado a alguna hemeroteca. Hasta mis hijos llegaron a pensar que quien mentía sobre mi edad era yo y no el periódico, dado el respeto que merece la letra impresa.
Esas pifias no son nada en comparación con la frondosa prosa digital, de origen muchas veces desconocido y sin ningún control. Intenten verificar el nombre real de una persona o la autoría de un hecho y verán la diversidad de respuestas que ofrece la red. O sea, que lo que era una excepción corre el peligro de convertirse en norma.
La ventaja de una mayor democratización informativa de la red se ve, pues, compensada con su incertidumbre. Pero lo peor no es eso, sino que, fruto del contagio, corremos el riesgo de que el error se adueñe también, sin remedio, de las páginas impresas. Subvencionar a parados o crear empleo
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La lógica económica de Rodríguez Zapatero es de un surrealismo perturbador e inquietante. Llevada a su extremo, concluiría con todos los ciudadanos ociosos, pero subvencionados, sin que nadie sepa de dónde sacar el dinero para semejante dispendio.
En eso, claro, cuenta con el apoyo inestimable de unos profesionales del sindicalismo, más preocupados de mantenerse en sus lucrativos cargos que en buscar empleo a una mayoría de trabajadores que no pertenecen a sus sindicatos.
De ahí la necesidad de una reforma laboral: no para facilitar aún más los despidos —que ahora ya se producen de forma masiva, con la aquiescencia cómplice de las silenciosas centrales sindicales—, sino para fomentar la creación de puestos de trabajo.
Lo más perverso de todo consiste en considerar el paro como otra alternativa laboral más que debe tener un sueldo vía INEM. Éste jamás será suficiente: dada su precariedad, la existencia de nuevos parados, la caducidad de las ayudas… ¿Por qué, pues, no dar los 420 euros —e incluso más—, no directamente a los parados sin prestaciones, sino a empresas para que los contraten y se los paguen como salarios?
Sólo se trata de una hipótesis, ya que lo importante, insisto, es crear trabajo y no aumentar el inagotable número de subsidiados. De no hacerlo así, entraremos en una espiral de gastos improductivos que sólo pueden conducir al colapso final: pan, pues, para hoy, pero hambre para el día de mañana.
«Clientes» satisfechos con las cárceles
Los delincuentes catalanes podrán evaluar el trato recibido por la policía: “¿Quiere denunciar a la persona que le ha detenido?”, es una de las preguntas del formulario.
Claro que, a diferencia de los usuarios de hoteles y restaurantes, estos otros clientes ni son de pago ni lo hacen por propia voluntad, así que ya me dirán cómo pondrán a los mossos d’Esquadra: como unos auténticos pingos.
No está nada mal, por supuesto, que respetemos los derechos de todo quisque. Pero me temo que aquí hemos utilizado el método de los vasos comunicantes, es decir, otorgar muchas veces derechos a unas personas a costa de otras.
Así, por consiguiente, hemos ampliado los derechos de los niños, pero dejando inermes a sus padres; reconocemos los derechos de los enfermos, pero se los quitamos al personal sanitario que los atiende; aumentamos los de los alumnos, pero reducimos los de sus profesores.
En el caso de los delincuentes, empieza a resultar más rentable ser criminal que policía. A la primera de cambio, los agentes del orden son sospechosos de haber aplicado malos tratos —¿recuerdan la muerte de aquel detenido en el cuartel de la Guardia Civil de Roquetas?—, mientras que muchos delincuentes quedan libres por una tardía o pusilánime intervención policial.
Como me decía un marroquí detenido en los ya lejanos tiempos de Franco, “prefiero una cárcel española a un hotel en mi país”. Y eso que aún no conocía lo que está pasando ahora.
Enrique Arias Vega (Bilbao) es un periodista y economista español.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana «Terzo Mondo» y en el periódico «Noticias del Mundo» de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de «El Periódico» de Barcelona, «El Adelanto» de Salamanca, y la edición de «ABC» en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico «Álvaro Cunqueiro» (2004), el de Novela Corta «Ategua» (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, «Convivir» (2006).
Sus últimos libros publicados han sido una compilación de artículos de prensa, «España y otras impertinencias» (2009), y otra de relatos cortos, «Nada es lo que parece» (2008). Es autor, también, entre otras obras, de la novela «El ejecutivo» (2006), de la que ya van publicadas tres ediciones, de «Ir contra corriente» (2007), «Valencia, entre el cielo y el infierno» (2008) y una antología de semblanzas bajo el título de «Personajes de toda la vida» (2007).
Enlaces externos: Reseña en «Red mundial de escritores en español»
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